21 de diciembre de 2006

Asalto y tiroteo

El martes pasado, a eso del mediodía, una amiga llegó de la calle visiblemente alterada. Había salido a hacer unos trámites y cuando volvía en un taxi, presenció un hecho de violencia cuando circulaba por el barrio de once.
Parece que unas personas saliendo de un negocio, según nos dijo podría ser una zapatería, empezaron a batirse a tiros con la policía que estaba apostada esperándolos. Desde el taxi vio como un policía caía herido y uno de los supuestos ladrones también. Desde su celular, llamó al número de emergencias para avisar del tiroteo y de los heridos. Al llegar a la oficina, nos detalló con lujos todo lo que habían visto. Luego cuando recuperó el aliento y todos volvimos al ritmo de trabajo habitual, cada uno (de esto nos enteramos después) abrió las páginas web de los principales diarios y agencias de noticias para ver la primicia reflejada, pero no tuvimos éxito. Supusimos que la gravedad no había sido tan grande como para merecer la difusión pública.
Yo me había quedado con la intriga, así que como a la tarde debía pasar por la zona, me propuse averiguar un poco.
Cuando pasé por donde ella había descrito, según mis cálculos, donde debía haber una zapatería, había un maxikiosco. Puedo estar equivocado, pensé. Había un lustrador de zapatos apostado a pocos metros, así que le pregunté por la cuestión. Me miró muy extrañado,
- acá no pasó nada así últimamente. ¿Quién le dijo eso?
- habrá sido en alguna otra cuadra? - dije.
- no, le aseguro que no. – me retrucó. – yo me entero de todo lo que pasa por acá. – completó.
Quedé pensativo, cuestionando la precisión del reporte de mi amiga, pero profundamente extrañado.
Me iba cabizbajo y meditabundo hacia la parada del 132, cuando el vendedor del puesto de flores de la esquina, que había escuchado la charla, me chistó disimuladamente y me indicó que me acercara. “lo que usted cuenta ocurrió acá, cuando estaba la zapatería, pero hace mucho tiempo. Justamente hoy hace 9 años de ese suceso que salió en todos los diarios” me dijo. “Yo tengo el puesto acá desde hace 15, así que lo recuerdo perfectamente”. Tratando de disimular mi estupor, y conteniendo la carcajada, me disculpé con la urgencia de la llegada del colectivo y me escapé de ahí.
Hoy, molesto por la curiosidad que me había despertado el tema, me puse a buscar en los archivos de los diarios. Grande fue mi sorpresa. (ver link)
Por supuesto, a mi amiga no le dije nada. Desde ahora voy a prestarle más atención, estoy convencido de que vale la pena.

27 de noviembre de 2006

Efemérides

Un 27 de noviembre…

En 1520 Fernando de Magallanes cruza por primera vez el estrecho que llevará su nombre, y avista el océano pacífico.

En 1830 se produce la aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa en París.

En 1871 en La Habana (Cuba), el ejército español fusiló a 8 estudiantes de la Universidad de La Habana, acusados de profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón.

En 1895, Alfred Nobel dispone en su testamento que las rentas de su fortuna se distribuyan en los cinco premios que llevarán su nombre. Ese mismo día fallece Alejandro Dumas.

En 1922 el arqueólogo inglés Howard Carter descubre la tumba del faraón Tutankamón.

En 1985 el cometa Halley se acerca a la Tierra por segunda vez en el siglo XX.

En 1832, nace Lewis Carrol, en 1940 Bruce Lee, en 1942 Jimi Hendrix.

En 1969, nazco yo.

13 de noviembre de 2006

Enigma inmobiliario

Desde hace unas semanas, estamos recorriendo el barrio buscando casas. El mecanismo tradicional es más o menos el mismo en todas las inmobiliarias. Se concierta una cita y ésta se concreta en la puerta de la casa en cuestión, esté ésta habitada o no. Es muy poco probable que sin esa cita previa, se pueda acceder a una morada.
Cuando terminamos con las citas uno de esos días de búsqueda, seguimos recorriendo la zona tomando nota de los carteles. Una de estas casas, cerca de las vías, tenía las persianas bajas y parecía desocupada. Nos detuvimos enfrente para tratar de ver en detalle y anotar los teléfonos. En eso se abrió la puerta de la casa y se asomó un hombre de unos 45 años, de aspecto anticuado, con unos papeles en la mano. Nos vio y cómo podía llegar a ser un agente inmobiliario de guardia, le preguntamos por la casa. Nos comentó que estaba esperando a unos clientes que no habían venido a la cita. Ya estaba por irse pero se ofreció a mostrarnos la casa.
La casa antigua, típica construcción italiana de los años 50, tenía cuartos espaciosos. La cocina como eje central, un baño grande y los dormitorios. Se notaba que se habían hecho refacciones y ampliaciones sin demasiado diseño. Un cuarto de servicio al fondo, detrás del lavadero, una imponente puerta vidriada de doble hoja comunicaba el garaje con el living, un dormitorio con piso de parquet y otro con cerámicos como los de la cocina. Una de las cosas más sorprendentes fue uno de los placares del dormitorio principal. Tenía tres puertas, una de las cuales daba a un escritorio privado, siendo éste el único acceso al mismo. En una de sus paredes había empotrado un artilugio de vidrio ahumado, de unos 10cm de ancho y 30 de alto. Podría haber sido algún dispositivo de iluminación indirecta, pero no lo pudimos averiguar. El hombre que nos acompañaba no supo respondernos. Es más, nunca dijo nada a lo largo de la visita por la casa. Simplemente nos iba abriendo las puertas y las ventanas.
En una pared del comedor, había un espejo gigante que daba al lugar un aspecto más amplio. Cada vez que pasamos por la zona del espejo, el hombre nos hizo avanzar delante de él. De esto caí en la cuenta mucho después. Cuando terminamos la visita, habiendo tomado cuenta de los datos de la inmobiliaria, emprendimos la vuelta a casa.
Más tranquilos, durante la semana siguiente, llamamos a la inmobiliaria para averiguar más datos de la casa y organizar una nueva visita. Esta vez lo haríamos con un arquitecto amigo que evaluaría posibilidades de reformas. Nos sorprendió el modo en que nos respondieron. Pero accedieron a concedernos la nueva cita, que se agendó para el sábado siguiente. Camino a la casa, la mujer que nos acompañaría esta vez, nos contó que había pertenecido a un abogado, soltero, que agobiado por deudas se había arrojado a las vías que pasan frente a la casa. Sus sobrinos la habían puesto en venta luego de tantos años.
Grande fue nuestra sorpresa cuando al atravesar la puerta de entrada, que nos pareció más arruinada que cuándo la habíamos visto por primera vez, encontramos ruinas de la casa. Las paredes estaban destruidas y la maleza había invadido casi todos los espacios. Por lo tupido de la vegetación se hacía evidente que hacía muchos años que estaba en ese estado. Atónito, mientras el resto hablaba con la mujer de la inmobiliaria, volví a recorrer la casa, o mejor dicho, esa pequeña selva que se había desarrollado entre los escombros. Sólo quedaba en pie una pared del comedor, en la que aún había pedazo de aquel gran espejo. Cuando lo miré, vi en él, el reflejo del hombre con los papeles en la mano que nos había mostrado la casa la semana anterior.

1 de noviembre de 2006

Bochornosa derrota

Tiempo atrás, en las primeras épocas de estudiante en Buenos Aires, volvía en micro hacia Arrecifes, mi ciudad natal, para pasar el fin de semana con mi familia. Casi siempre llevaba, y esta vez no era una excepción, un viejo “walkman” (ahora seria un MP3, ipod, o algo por el estilo) en parte para escuchar algo de música, en parte para intimidar a compañeros de asiento, posibles charlatanes de todo el viaje. Como siempre que podía elegir, opté por un asiento del lado de la ventanilla. Esta vez junto a mí se sentó una señora mayor, que de entrada trató de comenzar una conversación.
- ¿Hace frío, no?
- Estamos en época.
- ¿Lloverá el fin de semana?
- No se.
Frases por el estilo se escucharon al iniciar el viaje. Para evitar la charla, hice evidente los auriculares. Pero la compañera era implacable:
- ¡Cuánto tráfico!
- Ahá…
Mis defensas seguían funcionando. Así durante gran parte del viaje. Cierta especie de orgullo crecía en mí. Estaba logrando mi objetivo frente a un contrincante de temer.
Hasta que en un momento, la señora me pregunta:
- ¿Por dónde vamos? Porque está todo tan cambiado, que no reconozco nada…
Ahí me enterneció. Con esa frase, inutilizó todas mis defensas. En un instante pasaron por mi cabeza cientos de pensamientos: “pobre, ¿cuánto hará que no va a ver a su familia? Tal vez no podía viajar… todo tan cambiado… capaz que va a algún velorio, está vestida con colores muy serios… pobre mujer… que desalmado que fui, cortándole cada intento de entablar una charla…” me sentía la peor persona del planeta. Con semejante sentimiento de culpa, las defensas totalmente bajas, sucumbiendo, le contesté casi como aceptando incluso, la invitación a la charla:
- Vamos por Sarmiento. ¿Hacia dónde viaja? –pregunté
- Voy a Pergamino –me respondió, y ante mi estupor, la remató diciendo:
- Siempre viajo del otro lado del micro, pero hoy no conseguí asiento. Así que esta banquina no la conozco.
Cerca estuve de largar la carcajada, pero me contuve. La derrota había sido pavorosa. Estoicamente tuve que sucumbir a la charla, nada me salvaría de la situación.
Igualmente, debo reconocer que más allá de la cuestión de las banquinas, la charla en lo que restaba del viaje fue bastante amena, hasta terminamos con algún primo lejano en común.
Desde entonces cuando viajo trato de elegir el asiento del pasillo.

22 de septiembre de 2006

Desencuentros

Ella tomó el tren de las 18.26. Iba a visitar a su amiga Nadia. Nunca tomaba este tren. Se sentía misteriosamente extranjera. Parecía mentira que con un anden de por medio, y un destino dispar, las cosas fueran tan distintas. Porque a esta altura, después de tantos años, había cierta familiaridad con el ramal que tomaba diariamente. Había muchos pasajeros que siempre cruzaba. Era esa extraña familiaridad que a su vez impide cualquier contacto, a menos que algún hecho fortuito lo haga inevitable.
Pero ahora no. Todo era extraño. Las caras, los vendedores ambulantes, los guardas, las estaciones, los músicos que pedían plata a cambio de mitigar el traqueteo.
Logró sentarse luego de la primera parada. Y ahí fue que lo descubrió. Él la miró. No era una mirada pesada, ni molesta. Ni siquiera incómoda. Sus ojos se encontraron. Una y otra vez. Era como un descanso mutuo. No les costaba mantener esa mirada. Es más, no podían dejar de mirarse. Pasaron de un par de miradas fugaces, intrigadas y vergonzosas al principio, a una mirada profunda, comunicativa, definitiva.
Los vendedores, los demás pasajeros, los guardas, las estaciones, todo pasó a un segundo plano. Solo subyacía ese mínimo de atención necesaria para saber cuándo uno ha de bajarse. Y de pronto sucedió. Ella tuvo que bajar. Su amiga Nadia la estaba esperando. Se siguieron mirando aún cuando el tren se movió. Ella desde el andén y él desde adentro. Ella tenía la seguridad que lo iba a volver a encontrar, era el tren de las 18.26, no cabía ninguna duda.
Al día siguiente, a pesar de no tener que ir a ver a Nadia, ella volvió a tomar el tren de las 18.26, subió al mismo vagón. Se sentó en el mismo asiento pero esta vez, desde la salida. Y empezó a buscarlo. No estaba. Igual, faltaban un par de minutos para que el tren saliera. Ya subiría. El tren arrancó. El no estaba. Ella comenzó a ponerse nerviosa. Esperó una estación. Y comenzó a caminar por el tren. En un sentido, y en el otro. Lo recorrió de punta a punta. Pero no. Él no estaba. Se ve que había perdido el tren. Un extraño sentimiento de desencanto la inundó. ¿Cómo no se esforzó por tomarse el mismo tren? ¿Acaso no era obvio que se tenían que volver a encontrar ahí? ¿Cómo podía ser? Pero no estaba. Ella de a poco fue tranquilizándose. Una estación después de la que correspondía a la casa de Nadia, se bajó, cruzó al otro andén y se volvió. Mañana iba a volver a intentar. Durante la vuelta, que le pareció eterna, ella ideó distintas estrategias para el día siguiente. Iba a ir más temprano, como para esperar el tren. Se iba a parar al comienzo del andén. Lo iba a tener que ver. El tenía que pasar por ahí. Se iba a vestir igual que el día que sus miradas se encontraron. Tenían que volver a encontrarse. Era obvio. Y así hizo. El día siguiente, y el otro, y toda la otra semana. Se tomaba igualmente el tren, por si el subía en la primera estación ya que lo había descubierto luego de esa parada. Pero no. No lo encontraba.
De a poco, esa sensación de extranjería que tuvo al principio en ese ramal, fue amainando. De a poco, cuando resignada bajaba la guardia, comenzó a disfrutar de los músicos, a repudiar a los vendedores, a familiarizarse con los guardas. Luego de un mes, seguía con la esperanza de volver a verlo. De volver a descansar en esa mirada. De volver a soñar. Encontró una excusa cualquiera para visitar más seguido a Nadia, porque se le hacia muy tarde, a veces tenía hambre y sueño. Perdió esa costumbre de leer en el tren, que tanto la reconfortaba. Algunos comenzaban a mirarla con desconfianza. Luego de varios meses, canceló su contrato de alquiler, y se mudó a lo de Nadia. Cualquier excusa le sirvió. Empezó a tener problemas en el trabajo, porque cada tanto salia temprano. Su obsesión comenzó a abarcar las mañanas también. Pero nada. Nada de nada. Esos ojos, que cada vez se desdibujaban más, no aparecían. Y no aparecieron.
Él, se bajó en la estación siguiente a la que se había bajado ella aquella vez. Iba a lo de su primo. Era la última vez que lo iba a ver ahí. Le habían asignado un destino en la patagonia, que tanto anhelaba. Él se lamentó que ella se hubiese bajado. No se había animado a bajarse. No puedo enamorarme todos los días, dijo. Y ese tren no lo tomó más.

14 de septiembre de 2006

Transportadores

Siempre me pregunté acerca del extraño comportamiento de ciertas personas, preocupadas en el conservacionismo extremo. Estos casos abarcan:
- Taxistas que prácticamente plastifican los asientos cubriéndolos de fundas, que hacen que uno se siente y ande patinándose ante cada curva, acelerada, o frenada. Todo eso en pos de conservar tal como sale de fábrica.
- Madres o Abuelas, que ponen patines en los pisos, para evitar que se pisen; o que guardan los cubiertos de plata en su caja original y no los permiten usar ni siquiera ante un festejo supremo, en pos de que no se pierdan o arruinen. Así cuando les queden en herencia a sus hijos o nietos, los tengan tal cual ellas.
- Señores que lustran y enceran hasta el hartazgo a sus automóviles, no sacándolos los dias de lluvia, o los de mucho sol, o los muy ventosos, en pos de que no se rayen, abollen, ensucien. Asi cuando se vende, esta tal cual.
- Estudiantes aplicados, que forran los libros en papel araña, y llegan al extremo de sacar fotocopias de los propios libros, para no arruinarlos. Esperando que pueda sacarles provecho su progenie.
- Personas en general, que conservan una joya, alhaja, “la cadenita del bautismo” que nunca usaron, ni usarán, ni empeñarán, ni nada, so pretexto de guardarla como recuerdo, pero eso sí, bien guardadas. Capaz que hasta en la caja de seguridad de un banco.
Y así podríamos seguir con la lista. Pero la cuestión que me motiva en este momento, es ¿qué los mueve a actuar así? ¿Será que el instinto de conservación aggiornado por la civilización, encontró formas alternativas de manifestarse?
¿Será que acaso no somos más que simplemente eso: un mero instrumento de conservación?

5 de septiembre de 2006

Teorías

Lista recopilada entre las 8:45 y las 9:03 del lunes.
10:12:44
09:59:15
14:31:58
03:45:00

Y la lista puede seguir. Son las horas que marcan los relojes dispuestos en carteles de publicidad a lo largo de la avenida de Puerto Madero. Como con las cucharitas, me resisto a creer que la razón sea extremadamente simple, como que nadie los pone en hora. Algunas de las teorías que se me ocurren, en asociación libre, y sus respectivas refutaciones, son:
- Recurso publicitario. Improcedente. Al tener el entretenimiento de la hora, los transeúntes nos concentramos en los relojes, incluso, tratando de adivinar la hora que tendrá el de la siguiente cuadra. La publicidad pasa desapercibida.
- Extraño suceso espacio-temporal. Pretensiosa. Nada hace indicar que el tiempo varíe a lo largo de la avenida, ya que el sol brilla a la vez en todos, y las sombras apuntan para el mismo lado.
- Último recurso de los empleados de la zona que llegan tarde para mostrarle a través de la ventana a sus jefes la hora que indica el reloj de la cuadra. Impracticable. Aunque más no sea, habría que acercarse al reloj para lograr cambiar la hora. Y como argumento es extremadamente débil para justificar la llegada tardía. Es prerible reventar la goma del colectivo en que venimos, o matar al perro del vecino que tanto lo quería y está deprimido.
- Jugarreta de un gracioso. Exagerada. Si la idea es desorientar, lo mejor sería que todos digan una hora similar, para resultar creíble.
- El encargado de ponerlos en hora trabaja en un hotel y pone en cada reloj la hora de un lugar particular del mundo. Inexacta. Los husos horarios difieren como mínimo en 1 hora. No es posible que haya tal diferencia de minutos.
- Algún rebuscado, que quiere que la gente elucubre teorías extravagantes acerca de las razones para poner tal o cual hora. Altamente probable. Conmigo surtió efecto.

Cucharitas


Desde hace un tiempo, estoy convencido que algo especial sucede con las cucharitas de café. Primeramente, como hemos contado previamente, me llamó la atención la continua desaparición de las mismas, en la cocinita que hay en la oficina donde trabajo. Luego, caí en la cuenta que en el comedor, también hay problemas con las cucharitas. Es más, ya no las ponen más. Las únicas cucharas que hay, son soperas. Incluso para comer un helado, una ensalada de frutas o una gelatina. (Un párrafo aparte merecería aquí este acontecimiento, sin dudas exasperante, que pone a prueba la paciencia y cordura de los comensales, quienes buscan la forma de llegar al fondo de una copa de postre –generalmente cónica- con una cuchara sopera).
Luego comencé a preguntar a mis conocidos y, de a uno, fuimos cayendo en la cuenta y prestando atención a este extraño fenómeno de desaparición de cucharas. Cada uno contó en su casa, y descubrió que en cada juego de cubiertos, había siempre menos cucharitas de café, que del resto de los cubiertos. Llegué a hurgar en las famosas cajas de cubiertos “del casamiento” de mis abuelos incluso, y allí también tenía lugar el prodigio.
Yo no sé que puede pasar, se me ocurren varias teorías escabrosas, que van desde un complot de fabricantes de cubiertos, hasta la tarea de hormigas de un coleccionista. Todas perfectamente refutables, con argumentos apabullantes, como que al fabricante cualquier cubierto le vendría bien, o que a un coleccionista, más de una de un objeto de la misma clase no le importa demasiado. Que las roben de algún bar, o restaurante tampoco me parece muy verosímil, ya que si así fuera, en algún bar sobrarían, y no. Por lo visto faltan en todos lados. Llegué a pensar que serían los ilusionistas, tipo Tu-Sam que las doblaban para deleite de las plateas, pero lo descarté por demasiado pretensiosa.
Los comerciantes de las máquinas expendedoras automáticas de infusiones algo sospechan, porque sino, no hubiesen desarrollado esos horribles palillos plásticos para revolver café, que si está muy caliente, terminan doblados y derretidos.Todo esto que cuento, me ha forzado a tomar partido en el asunto. Ya hace dos meses que no revuelvo ninguna infusión. He optado por tomar el café amargo, no escurro el saquito de té o mate cocido, ni revuelvo el chocolate para quitar la molesta nata. Si señores, he dejado de ser un usuario de cucharitas de café. No voy a seguir alimentándolos, quienesquiera que sean. He dicho.

31 de agosto de 2006

Buena suerte

Promediando la noche deanoche me levante, por la necesidad imperiosa de ir al baño. Como tenía un pie con una venda, poruna torcedura de tobillo reciente, iba a los saltitos sin prender la luz, tratando de no hacer ruidos. A pocos pasos dela puerta del baño, siento que con el pie que daba los saltos, piso algo de consistencia dudosa. Recordé quela Puky había quedado adentro. Maldije en silencio a la perra, y como pude, tratando deno ensuciar demasiado, seguí haciendo equilibrio hasta el baño. Pensé “es augurio de buenasuerte, según dicen. Esperemos que cambie esta racha”. Pobre iluso. El correr del día me demostraría cuan equivocado estaba.
Por la mañana, me desperté con una sensación extraña. Miro eldespertador, 6.12 am decía. La luz que entraba por la ventana lo desmentía. Busqué unasegunda opinión, eran las 9.20. Evidentemente el despertador se había parado. Salté hacia el baño, abrí laducha. Luego del tiempo prudencial que amerita la espera del agua caliente, tanteé el agua y seguía fría. Supuse, acertadamente, que el calefón se había apagado. Bajé y lo encendí. La lista seguía poblándose de sucesos desafortunados.
Fui a la estación. Como era depreverse, el tren acababa de irse, había que esperar 20 minutos más. Por suerte, tanto nollovía y la temperatura había subido.
En la Terminal debía transbordar al subterráneo. Tenía que comprar una nueva tarjeta. Obviamente, había cola. Hasta me aburro de escribir todos los acontecimientos...
Finalmente, llegue al trabajo, casi doshoras tarde. Por supuesto, tenía una reunión a la que llegué tarde. Luego detres intentos fallidos, bloqueé mi usuario del sistema. Fui a la maquina de café, pedí uncafé con leche. Por lo que quedó en el vaso, era de suponer que se había acabado la leche. Ahí lodejé. Tuve la deferencia de pegar un cartelito que prevenía de la situación. Deferencia que notuvo mi predecesor en el intento. Hice un mate cocido, y me senté enel escritorio arevisar papeles. Un compañero pasó demasiado cerca, pateó el escritorio y el matese derramó sobre el teclado. Desdeentonces la barra espaciadora no anda del todobien (lohabránpodidonotar,aestaalturadelrelato).
Decidido a compartir los hechos fortuitos que me acompañaban ese día, comencé a escribir esta historia. Cuando estaba llegando al final de laprimera versión, la PC se colgó, y perdí lo quehabia escrito. Volví a escribirlo. La versión nofue tan buena como laque se había perdido. No obstante, quise subirla al blog. Esta vez, falló la página y tuve que volver a empezar por tercera vez. La tercera versión, que espero sea la definitiva, es aún peor quela segunda. Llego a tener algún otro inconveniente, la dejo como quede. Espero poder termi

15 de agosto de 2006

Reíte de Funes…

A veces me pregunto porqué la memoria registra y tiene muy presente cosas totalmente inútiles o viejas, y no retiene cosas más necesarias o los sucedáneos recientes. Me sorprendo habitualmente recordando, por ejemplo:
- El número de teléfono de los padres de mi amigo Marcelo, de Villa Ballester. Nunca llamé a ese número.
- La password del usuario administrador de varios equipos que utilizaba en un trabajo que tuve hace mas de 8 años.
- El código postal de La Plata.
- Que un ministro llamado Manrique fue quien instauró la cuestión de la movilidad de los feriados para fomento del turismo.
- La letra de algunos tangos que probablemente se escuchaban en la radio en casa, cuando yo era chico y que nunca más escuché.
- El número de la patente de un auto que tuvo mi familia, allá por el año 81.
- El lunar que tiene en la cara el tipo que manejabe el auto que quedo junto al mío esta mañana en el semáforo de Lugones y Sarmiento.
- Casi literalmente, una composición bastante mala que hice en 5to año de la secundaria.
- La regla mnemotécnica “oso chiquito pico de pato” para las sales.
- Que en el último viaje a chile, volví en el asiento 7C.
- La serie “240 Roberts”
- El agujerito donde dejo el cepillo de dientes cada mañana, a pesar de que todos los días lo dejo en uno diferente, sin un orden consciente.

Sin embargo, hay cosas que nunca pude acordarme, o que no puedo retener, como:
- En que año fueron las guerras mundiales.
- Dónde estaciono el auto cuando voy al supermercado.
- La clave para consultar las cuentas del banco por internet.
- En inglés, la 3rd column de “begin”
- Comprar pilas para el control remoto de la TV, aunque reniegue todos los días porque tengo que pararme a cambiar de canal.
- El código postal de mi domicilio actual.
- El preámbulo (y eso que intentaron hacermelo repetir innumerables veces!)
- El número de mi cédula de Policía Federal.
- Si la transacción para las cuentas corrientes de clientes es la FBL1N o la FBL5N.
- Una cosa sin sentido que me acordaba esta mañana, que inspiró este post, y que ahora no puedo recordar.

La imagen: Salvador Dalí. Persistencia de la memoria.

10 de agosto de 2006

Café recién hecho


En la cocinita que hay en la oficina, pasa algo raro.
Uno entra, acciona la llave de la luz y nada sucede inmediatamente. Un poco tanteando y otro poco adivinando o recordando, uno se sirve café, agua caliente o simplemente un vaso de agua fresca. Al rato, probablemente cuando uno ya se retiró, se enciende la lamparita.
Yo creo que por alguna razón el tiempo pasa más lento ahí. El otro día cuando fui por un vaso de agua, la luz ya estaba encendida y estuve charlando un rato con una compañera que estaba allí. Más tarde fui a su escritorio para preguntarle algo y no la encontré. Es más, averigüé y resulta que estaba de vacaciones desde hacía una semana.
Uno de estos dias, cuando nadie me vea, me voy a dormir una siesta ahí dentro. Capaz que cuando salga, solo habrán pasado un par de minutos.
Disculpen que corte acá, pero huelo a café recién hecho. Debe ser el que pusieron esta mañana. Y no me puedo resistir al café recién hecho...

2 de agosto de 2006

Paradoja

¿Por qué se agota tan fácilmente la capacidad de resistencia de una cultura rebelde a los mandatos del mercado, por qué nuestros escritores y artistas pierden cada vez más terreno ante esos grandes almaceneros ignorantes que son los gerentes de las multieditoriales de nuestro tiempo?


Ivonne Bordelois, El país que nos habla, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 2005, p.103

Premio Ensayo LA NACION-Sudamericana 2005

31 de julio de 2006

Sábado 29

La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.
Gabriel García Márquez


Esta mañana cuando me puse el reloj después de afeitarme, marcaba las 9:12 hs. del día 29. Me sorprendí, porque pensaba que era más tarde. Era sábado, le puse comida al gato y con tranquilidad empecé a hacer algunas tareas domésticas que tenía pendientes: cambiar algunas lamparitas, limpiar la parrilla del asado de ayer, juntar del tender las camisas que había lavado, y otras cosas por el estilo.
Como dos horas más tarde, muerto de sueño, miro el reloj y para mi gran sorpresa, marcaba las 6:45 del día 29. Dije, “Uy, se rompió”. Bostezando a más no poder, descubrí las camisas que acababa de juntar, totalmente mojadas. Prendo la luz, porque todo estaba más oscuro, pero la lámpara que acababa de cambiar, estaba quemada. Me acerco a la parrilla, y veo que había algunas brasas encendidas. El gato maullaba de hambre y su tazón estaba vacío. De golpe se encendió la luz de afuera, que se maneja con una fotocélula. Estaba realmente cada vez más oscuro todo. Muerto de sueño, la tentación de acostarme era cada vez más grande, pero algo me lo impedía. Volví a mirar el reloj, ahora decía 5:30 del día 29. Me toqué la cara, y tenía la barba crecida. Ya seguro de lo que estaba pasando, me acerqué a la ventana donde a eso de las 5 siempre se posa una paloma que me molesta con su arrullo. Si llegaba a aparecer, alguna medida iba a tener que tomar. Al rato, como era previsible, apareció y empezó con su molesto arrullo. Volví a mirar el reloj. Marcaba las 5:00, del día 29.
Entonces bajé, tomé un martillo, me saqué el reloj y lo hice pedazos.
La paloma se voló. El gato estaba comiendo de su tazón lleno. De a poco comenzaba a clarear. Las camisas se habían secado y las brasas estaban todas reducidas a cenizas.
Hacía rato que no veía amanecer. Me preparé unos mates, y me puse a mirar el horizonte. Siempre me gustaron los amaneceres. Pero soy muy perezoso. Por suerte hoy 29, se me rompió el reloj justo a tiempo para poder disfrutarlo.
Lo único que me molestó era que me tenía que volver a afeitar.

21 de julio de 2006

Buscando una salida

Puertas, pasillos y más puertas.





Fotos tomadas por mi en ruinas Jesuíticas en Ascochinga, Córdoba
Click para ampliarlas

19 de julio de 2006

Niebla en Buenos Aires *

Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta.
Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas.
Es un amor así, celoso.
Jorge Luis Borges

Buenos Aires monarca en desventura
de un plata opaco, sucio y devaluado,
tu gente va en camino taciturna
a su eterno cadalso rutinario.

Amalgama de vidas sin sentido
esperando un escape saludable.
Anhelando un pasado idealizado,
augurando un futuro impracticable.

La constante eficiencia reclamante
adormece con ritmo monocorde
al espíritu pujante que ya fue.

Esta humedad que aplaca los sentidos
hiriendo penetrante hasta los huesos,
disimula las lágrimas que caen.

(*) Soneto desestructurado

7 de julio de 2006

Vuelta por el universo


Salió apurado y agarró la última moneda de un peso que quedaba en la cajita verde de lata. La cajita quedó vacía. Alcanzó a subir al interno 314 de la línea 59 que lo llevaba hasta la estación. “80 por favor” dijo, y depositó la moneda en la ranura de la máquina expendedora. Terminada la última vuelta del interno 314, el chofer fue a buscar la llave de la alcancía, y retiró la recaudación. Estaba contento, porque ese día le iban a pagar la quincena. Sabía que otra vez iba a recibir cientos de monedas, pero no le importaba. Las podía cambiar en el supermercado chino de la esquina de la terminal. Después de eso, iba a volver a su casa a ver al nene, que ya estaba de vacaciones. Agarró algunas monedas, para lo que necesitaba en la semana, y apartó una para dársela, como siempre. El nene la puso en una alcancía que le había regalado su abuela.
Luego de ocho años, el nene ya grande, rompió la alcancía y uso la moneda para pagar un paquete de cigarrillos en un kiosco de retiro.
El kiosquero cuando cerró, sacó el auto del estacionamiento, y como el flaco que cuidaba le había limpiado los vidrios, le dio la moneda.
El flaco de la cochera a las 2 de la mañana, cuando se fue el último auto, cerró y se guardó las propinas en el bolsillo de la campera. Se subió al 106, durmió todo el trayecto hasta Liniers. Cuando se bajó, una hora y media más tarde, pasó por San Cayetano a ver la cola de gente. Faltaba poco para el 7 y ya había un montón. Una nena se le acercó y le pidió una moneda. Se la dio. La nena siguió vagando entre la gente de la larga fila, pidiendo monedas. Pero nadie más le dio nada. Volvió con su mamá que estaba a un par de cuadras de la entrada, y le dio la moneda.
Luego de esperar mucho, la mamá esperanzada en busca de trabajo, dejó la moneda en una de las alcancías de la entrada del templo.

Cuando se fueron los devotos, las cámaras de TV, las radios, los que limpiaban, y los otros curas que ayudaban, el párroco recorrió las alcancías empotradas en la entrada del templo (no delegaba esta tarea). Sacó las pocas monedas que había. Le venían bien, porque al día siguiente viajaba y tenía muchos peajes a pagar. Sacó el auto temprano y tomó la autopista del oeste, en el primer peaje, pagó con la moneda.
En la cabina de peaje, el calor y la humedad eran insoportables. Ya faltaba una hora para el cambio de turno. La piba recordó que su mamá le había pedido que consiguiera monedas, agarró esa y otras nueve y dejó el billete de diez pesos de su madre. Al llegar a su casa, dejó la moneda junto con las otras, en la misma cajita verde de lata.

6 de julio de 2006

Evolución Felina

Sólo para presentarlo a Felipe...


Con apenas un par de meses, descubriendo el hábitat.











Ya mas crecido, con una de sus diversiones predilectas: Las bolsas.










Y por último, reclamando un lugar en el parque de juegos de Catalina.











click sobre las imagenes para agrandar.

30 de junio de 2006

Simetría


Esta mañana mientras me afeitaba algo raro pasó. No se muy bien porqué pero a partir de un momento, todo empezó a parecerme al revés. Sospecho que mi estado consciente se pasó para el otro lado del espejo. Me siento atrapado, pero no estoy muy seguro, porque según estuve pensando, si todo es perfectamente simétrico, no habría forma de diferenciar si uno esta de un lado o del otro. Si alguno puede leer este post, significa que estoy equivocado. O bien, que está como yo, de este lado del espejo.


La imagen:
Salvador Dalí
Gala Desnuda Mirando un espejo invisible

27 de junio de 2006

Paranoia

Hace un par de años en ocasión de mi cumpleaños, tuve que viajar desde Buenos Aires hacia La Plata. Iba solo. Temprano salí de casa, y pronto estaba en la autopista. Nadie me había saludado por mi cumpleaños todavía. Apenas había amanecido y me detuve a cargar nafta. “Súper, lleno, por favor”, le dije al playero y le pagué con tarjeta. “Feliz cumpleaños, que tenga buen día” me dijo cuando me devolvió la tarjeta. Primero me alegré. Pensé que sería un viejo conocido, o algo así, pero enseguida caí en la cuenta que en el ticket aparecia la leyenda “Feliz cumpleaños”. Ahí me avivé: “ellos tienen mi fecha de nacimiento, es fácil saber que hoy es mi cumpleaños” me dije.
Y empecé a pensar en otras cosas. También pueden ubicarme geográficamente con bastante precisión, bien por mi celular, o bien por el rastreador satelital que le ponen las compañías de seguro a los autos. “Habrá que usar los medios de transporte” pensé. Y recordé que me había asociado al subtepass (para evitar las colas), pero que lo habia dejado de usar porque les había facilitado la información de a que hora y en que estación tomaba el subte para ir, y a que hora y en que estación, para volver.
Cancelé la ida a la plata, tiré el celular, dejé estacionado el auto y seguí a pie.
No conforme, decidí ir de compras. Había mucha gente en el super, era lógico. Hice la compra por internet en un supermercado virtual (que poco feliz el término “virtual” para definir estas cosas, no?). Cuando finalizaba la compra, al momento de pagar me apareció un cartel que avisaba “Usted suele comprar ‘cerealitas’ no se olvidó de sumarlas a su carrito de compras?” Y tenían razón!! Me había olvidado. Pucha, dije, también saben lo que compro! Y me lo recuerdan si me olvido! Por supuesto, cancelé el pedido.
Tanta bronca me dio hambre. Opté por llamar y pedir empanadas. Disque 0-800-HUMITA y me atendió amablemente una señorita que luego de tomar nota de mi pedido, dijo “se lo enviamos enseguida”. Le dije, “todavía no te dije la dirección”. A lo que, casi humillándome, retrucó “ya lo tenemos registrado, Ud vive en calle tal, numero tal, etc..:” Otra vez, sorprendido, deduje que tendrían un identificador de llamadas, conectado a una PC con la base de datos de los clientes que alguna vez habría hecho algún pedido. “Sabés qué, no me mandes nada” le dije, a punto de largarle un improperio. Pero me contuve a tiempo.
Mejor me voy hasta el videoclub y me alquilo algo, así me relajo. Elegí “un dia de furia”. En la caja, el flaco que me atendió, me dijo “Acá dice que ésta ya la llevaste el mes pasado, no te acordás?” A punto de arrojarle la película por la cabeza, abandoné corriendo el local (habiendo dejado por supuesto la película).
Agitado llegué nuevamente a casa. Justo a tiempo para atender el teléfono que estaba sonando. “Hola señor NN, lo llamamos de la compañía de teléfonos ya que es su cumpleaños, como oferta especial, para ofrecerle un plan acorde al tipo de llamadas que usted hace”. “¿cómo es eso?” inquirí. “Claro, según nuestros registros, usted llama frecuentemente a la localidad de Arrecifes, por las noches, y a La Plata, por las tardes....” casi con taquicardia, colgué el auricular y arranque el cable de la pared, antes de seguir escuchando más datos sobre mis hábitos telefónicos.
Profundamente deprimido, con hambre, cansado, con sueño, con la heladera vacía, sin teléfono, sin película, y sólo, en el día de mi cumpleaños, habiendo recibido solamente saludos de ellos, me fui a dormir.
Definitivamente, no era un buen día para cumplir años.

PD: seguramente, podrán rastrear desde donde publiqué este post.

29 de mayo de 2006

Ecologia Selectiva

Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.
Martin Luther King (1929-1968)

¿Tan grande es nuestra soberbia como raza, que nos alzamos en defensores de unas especies y verdugos de otras? ¿Qué tiene el Oso Panda, además de su simpatía y de que es estéticamente “lindo”, que lo hace defendible?
Me pregunto si existen suficientes argumentos para defender a:
- Osos pandas
- Ballenas francas australes, o blancas
- Belugas nórdicas
- Pingüinos empetrolados
- Mapaches
- Rinocerontes
- Gorilas en la niebla
- Nutrias sin depilar
- Zorros
- Tigres blancos de bengala

Asimismo me pregunto, si estos argumentos no son perfectamente aplicables a:
- Pulgas
- Garrapatas
- Cucarachas
- Virus ebola
- Ratas
- Cotorras que se comen cultivos
- Polillas
- Moscas
- Mosquitos
- Piojos y Liendres
- Virus y bacterias que provocan resfríos

Hace poco, fui a pasear por el Noroeste Argentino, específicamente la Quebrada de Humahuaca. Lugar identificado casi exclusivamente por los graciosos cardones gigantes. Observé con cierto asombro, que muchos de estos simpáticos cardones estaban afectados por algún tipo de gusano. Preguntando un poco (no soy investigador, ni experto ni nada que se le parezca) me dieron una explicación más o menos así (disculpen pero no recuerdo los detalles):
“Hay un cierto bicho, que ataca un cultivo muy difundido en la zona. Este bicho es considerado plaga, entonces se lo fumiga. Y se ha fumigado tanto que está prácticamente extinguido para beneplácito de los chacareros de la zona. Pasa que este bicho cuasi extinguido, además de los cultivos, se come también a un gusano que es el que ataca los cardones. Sin este bicho, los gusanos están fuera de control, así que están atacando a los cardones. Es probable que terminen haciéndolos desaparecer”


¿DESAPARECER? Pregunté yo. “Si”, me respondieron. “Desaparecer. Cuando se altera el equilibrio en un ambiente, sea agregando una especie o eliminando otra, puede pasar cualquier cosa”, me aclararon. Y quedé atónito. Tal vez estemos participando en un largo velatorio de los queridos cardones. Y todo esto, por la “ecología selectiva”. Que lo parió.


26 de mayo de 2006

El ocaso de la ilusión

“Cuando me examino a mi mismo y a mi método de pensamiento,
llego a la conclusión de que el don de la fantasía ha significado más para mí
que mi talento para absorber el conocimiento positivo”
Albert Einstein (1879-1955)



Recuerdo con cierta nostalgia (vamos, que no soy tan grande) la época en que nos permitíamos soñar un poco y dejarnos sorprender.

¿Dónde ha quedado nuestra capacidad de ilusión? ¿Me parece a mí, o estamos en una época de desmitificadores (reite de los “refutadotes de leyendas” del querido Negro Dolina) que se vanaglorian tras la justificación absoluta de todo lo que pasa?

Últimamente, hablando del 7mo arte por tomar un ejemplo, es casi más importante el “backstage” que la película en si misma. En una especie de carrera de ingenio, se incita a los espectadores a cuestiones tales como “descubra los 143 errores que hay en GLADIADOR”, o bien “disfrute viendo como se hizo la maqueta en escala 200:1 del Titanic”, o “encuentre tal o cual extra que aparece 5 veces haciendo distintos papeles”. No se al resto de los mortales, pero desde la proliferación de estos “detrás de escena”, yo he modificado mi conducta como espectador, muy a mi pesar!! Me descubro frente a la pantalla, tratando de encontrar y desenmascarar algún efecto o bien a criticar el rol del papel del cocinero, que se nota que en su vida (pobre actor) tuvo una sartén por el mango. Pucha! Si uno al cine/teatro va a ver una ficción, ¿o no era así? ¿No es mejor, poder dejarse llevar por la historia que el autor, guionista, director, actores tratan de hacernos creer? ¿No es preferible permitirse soñar? Ya casi me siento como el amigo de un amigo mío, que llegó el día en que arrojó el ‘patoruzito’ que estaba leyendo, al grito de “naaaa, ma’de la mitá e’ mentira”.


Otro ámbito de desmitificación permanente, sucede en Navidad. Solemos ver a unos pobres niños, que van a llevar su humilde carta pidiendo su regalito, al shopping de moda, o la verdulería de la vuelta, donde tras una larga cola, se enfrenta a un pobre señor gordo que, abrigado cual si estuviese realmente en el polo norte, a 32°C transpirando como en un sauna. Este pobre señor, harto ya de tantos niños, les baja de un gomerazo la imagen idílica, soñadora, esperanzada de un Papá Noel etéreo, que todo lo ve y emite su juicio acerca del comportamiento anual de la tierna criatura, con una recompensa en forma de regalo.

Realmente me pregunto si somos conscientes de todo lo contraproducente que resulta atender a este absolutismo realista (¿o realismo absolutista?). En la medida que profundicemos en este aspecto, estaremos cada vez más aplanados, homogeneizados, adoctrinados...

Creo que me gustaba más como era antes. ¿Será un signo de vejez? ¿Otro más?
La pucha!

“Lo más bonito que podemos experimentar es el misterio.
Es la fuente de toda arte verdadera y de toda ciencia.
Aquél a quien sea extraña esta emoción,
aquel que no pueda detenerse a maravillarse
y permanecer absorto de asombro,
es tan bueno como un muerto: sus ojos están cerrados”
Albert Einstein

28 de abril de 2006