7 de julio de 2006

Vuelta por el universo


Salió apurado y agarró la última moneda de un peso que quedaba en la cajita verde de lata. La cajita quedó vacía. Alcanzó a subir al interno 314 de la línea 59 que lo llevaba hasta la estación. “80 por favor” dijo, y depositó la moneda en la ranura de la máquina expendedora. Terminada la última vuelta del interno 314, el chofer fue a buscar la llave de la alcancía, y retiró la recaudación. Estaba contento, porque ese día le iban a pagar la quincena. Sabía que otra vez iba a recibir cientos de monedas, pero no le importaba. Las podía cambiar en el supermercado chino de la esquina de la terminal. Después de eso, iba a volver a su casa a ver al nene, que ya estaba de vacaciones. Agarró algunas monedas, para lo que necesitaba en la semana, y apartó una para dársela, como siempre. El nene la puso en una alcancía que le había regalado su abuela.
Luego de ocho años, el nene ya grande, rompió la alcancía y uso la moneda para pagar un paquete de cigarrillos en un kiosco de retiro.
El kiosquero cuando cerró, sacó el auto del estacionamiento, y como el flaco que cuidaba le había limpiado los vidrios, le dio la moneda.
El flaco de la cochera a las 2 de la mañana, cuando se fue el último auto, cerró y se guardó las propinas en el bolsillo de la campera. Se subió al 106, durmió todo el trayecto hasta Liniers. Cuando se bajó, una hora y media más tarde, pasó por San Cayetano a ver la cola de gente. Faltaba poco para el 7 y ya había un montón. Una nena se le acercó y le pidió una moneda. Se la dio. La nena siguió vagando entre la gente de la larga fila, pidiendo monedas. Pero nadie más le dio nada. Volvió con su mamá que estaba a un par de cuadras de la entrada, y le dio la moneda.
Luego de esperar mucho, la mamá esperanzada en busca de trabajo, dejó la moneda en una de las alcancías de la entrada del templo.

Cuando se fueron los devotos, las cámaras de TV, las radios, los que limpiaban, y los otros curas que ayudaban, el párroco recorrió las alcancías empotradas en la entrada del templo (no delegaba esta tarea). Sacó las pocas monedas que había. Le venían bien, porque al día siguiente viajaba y tenía muchos peajes a pagar. Sacó el auto temprano y tomó la autopista del oeste, en el primer peaje, pagó con la moneda.
En la cabina de peaje, el calor y la humedad eran insoportables. Ya faltaba una hora para el cambio de turno. La piba recordó que su mamá le había pedido que consiguiera monedas, agarró esa y otras nueve y dejó el billete de diez pesos de su madre. Al llegar a su casa, dejó la moneda junto con las otras, en la misma cajita verde de lata.

2 comentarios:

Andrea Felsenthal dijo...

Muy bueno el post!! Yo tengo también un cuento sobre moneditas aunque las monedas de mi cuento viajan menos, es decir, no viajan nada, se quedan siempre en el mismo lugar.
Saludos

FELINDA

nat dijo...

Genial, las vueltas de la vida...