27 de noviembre de 2006

Efemérides

Un 27 de noviembre…

En 1520 Fernando de Magallanes cruza por primera vez el estrecho que llevará su nombre, y avista el océano pacífico.

En 1830 se produce la aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa en París.

En 1871 en La Habana (Cuba), el ejército español fusiló a 8 estudiantes de la Universidad de La Habana, acusados de profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón.

En 1895, Alfred Nobel dispone en su testamento que las rentas de su fortuna se distribuyan en los cinco premios que llevarán su nombre. Ese mismo día fallece Alejandro Dumas.

En 1922 el arqueólogo inglés Howard Carter descubre la tumba del faraón Tutankamón.

En 1985 el cometa Halley se acerca a la Tierra por segunda vez en el siglo XX.

En 1832, nace Lewis Carrol, en 1940 Bruce Lee, en 1942 Jimi Hendrix.

En 1969, nazco yo.

13 de noviembre de 2006

Enigma inmobiliario

Desde hace unas semanas, estamos recorriendo el barrio buscando casas. El mecanismo tradicional es más o menos el mismo en todas las inmobiliarias. Se concierta una cita y ésta se concreta en la puerta de la casa en cuestión, esté ésta habitada o no. Es muy poco probable que sin esa cita previa, se pueda acceder a una morada.
Cuando terminamos con las citas uno de esos días de búsqueda, seguimos recorriendo la zona tomando nota de los carteles. Una de estas casas, cerca de las vías, tenía las persianas bajas y parecía desocupada. Nos detuvimos enfrente para tratar de ver en detalle y anotar los teléfonos. En eso se abrió la puerta de la casa y se asomó un hombre de unos 45 años, de aspecto anticuado, con unos papeles en la mano. Nos vio y cómo podía llegar a ser un agente inmobiliario de guardia, le preguntamos por la casa. Nos comentó que estaba esperando a unos clientes que no habían venido a la cita. Ya estaba por irse pero se ofreció a mostrarnos la casa.
La casa antigua, típica construcción italiana de los años 50, tenía cuartos espaciosos. La cocina como eje central, un baño grande y los dormitorios. Se notaba que se habían hecho refacciones y ampliaciones sin demasiado diseño. Un cuarto de servicio al fondo, detrás del lavadero, una imponente puerta vidriada de doble hoja comunicaba el garaje con el living, un dormitorio con piso de parquet y otro con cerámicos como los de la cocina. Una de las cosas más sorprendentes fue uno de los placares del dormitorio principal. Tenía tres puertas, una de las cuales daba a un escritorio privado, siendo éste el único acceso al mismo. En una de sus paredes había empotrado un artilugio de vidrio ahumado, de unos 10cm de ancho y 30 de alto. Podría haber sido algún dispositivo de iluminación indirecta, pero no lo pudimos averiguar. El hombre que nos acompañaba no supo respondernos. Es más, nunca dijo nada a lo largo de la visita por la casa. Simplemente nos iba abriendo las puertas y las ventanas.
En una pared del comedor, había un espejo gigante que daba al lugar un aspecto más amplio. Cada vez que pasamos por la zona del espejo, el hombre nos hizo avanzar delante de él. De esto caí en la cuenta mucho después. Cuando terminamos la visita, habiendo tomado cuenta de los datos de la inmobiliaria, emprendimos la vuelta a casa.
Más tranquilos, durante la semana siguiente, llamamos a la inmobiliaria para averiguar más datos de la casa y organizar una nueva visita. Esta vez lo haríamos con un arquitecto amigo que evaluaría posibilidades de reformas. Nos sorprendió el modo en que nos respondieron. Pero accedieron a concedernos la nueva cita, que se agendó para el sábado siguiente. Camino a la casa, la mujer que nos acompañaría esta vez, nos contó que había pertenecido a un abogado, soltero, que agobiado por deudas se había arrojado a las vías que pasan frente a la casa. Sus sobrinos la habían puesto en venta luego de tantos años.
Grande fue nuestra sorpresa cuando al atravesar la puerta de entrada, que nos pareció más arruinada que cuándo la habíamos visto por primera vez, encontramos ruinas de la casa. Las paredes estaban destruidas y la maleza había invadido casi todos los espacios. Por lo tupido de la vegetación se hacía evidente que hacía muchos años que estaba en ese estado. Atónito, mientras el resto hablaba con la mujer de la inmobiliaria, volví a recorrer la casa, o mejor dicho, esa pequeña selva que se había desarrollado entre los escombros. Sólo quedaba en pie una pared del comedor, en la que aún había pedazo de aquel gran espejo. Cuando lo miré, vi en él, el reflejo del hombre con los papeles en la mano que nos había mostrado la casa la semana anterior.

1 de noviembre de 2006

Bochornosa derrota

Tiempo atrás, en las primeras épocas de estudiante en Buenos Aires, volvía en micro hacia Arrecifes, mi ciudad natal, para pasar el fin de semana con mi familia. Casi siempre llevaba, y esta vez no era una excepción, un viejo “walkman” (ahora seria un MP3, ipod, o algo por el estilo) en parte para escuchar algo de música, en parte para intimidar a compañeros de asiento, posibles charlatanes de todo el viaje. Como siempre que podía elegir, opté por un asiento del lado de la ventanilla. Esta vez junto a mí se sentó una señora mayor, que de entrada trató de comenzar una conversación.
- ¿Hace frío, no?
- Estamos en época.
- ¿Lloverá el fin de semana?
- No se.
Frases por el estilo se escucharon al iniciar el viaje. Para evitar la charla, hice evidente los auriculares. Pero la compañera era implacable:
- ¡Cuánto tráfico!
- Ahá…
Mis defensas seguían funcionando. Así durante gran parte del viaje. Cierta especie de orgullo crecía en mí. Estaba logrando mi objetivo frente a un contrincante de temer.
Hasta que en un momento, la señora me pregunta:
- ¿Por dónde vamos? Porque está todo tan cambiado, que no reconozco nada…
Ahí me enterneció. Con esa frase, inutilizó todas mis defensas. En un instante pasaron por mi cabeza cientos de pensamientos: “pobre, ¿cuánto hará que no va a ver a su familia? Tal vez no podía viajar… todo tan cambiado… capaz que va a algún velorio, está vestida con colores muy serios… pobre mujer… que desalmado que fui, cortándole cada intento de entablar una charla…” me sentía la peor persona del planeta. Con semejante sentimiento de culpa, las defensas totalmente bajas, sucumbiendo, le contesté casi como aceptando incluso, la invitación a la charla:
- Vamos por Sarmiento. ¿Hacia dónde viaja? –pregunté
- Voy a Pergamino –me respondió, y ante mi estupor, la remató diciendo:
- Siempre viajo del otro lado del micro, pero hoy no conseguí asiento. Así que esta banquina no la conozco.
Cerca estuve de largar la carcajada, pero me contuve. La derrota había sido pavorosa. Estoicamente tuve que sucumbir a la charla, nada me salvaría de la situación.
Igualmente, debo reconocer que más allá de la cuestión de las banquinas, la charla en lo que restaba del viaje fue bastante amena, hasta terminamos con algún primo lejano en común.
Desde entonces cuando viajo trato de elegir el asiento del pasillo.