11 de junio de 2007

Metamorfosis

Hoy tuve la suerte de viajar sentado en el tren. Frente a mi se sentó una chica que llamó mi atención. Era realmente muy bonita, con un rostro fresco, juvenil y despojado. Sus ojos eran de un inusual verde oscuro, de mirada profunda y expresiva (nuestras miradas se cruzaron un par de veces). Una pequeña cicatriz y algunos lunares daban a esas facciones una asimetría que la hacía únicas. Sus labios, mínimos, apenas ocultaban una sonrisa generosa que apareció cuando un vendedor confundió su verso. Su pelo recogido completaba armoniosamente el cuadro. Ni bien el tren abandonó la estación, ella sacó de su bolso una batería de cosméticos. Primero usó una crema de color apenas más oscuro que su piel. A medida que la esparcía con una esponjita redonda, fueron desapareciendo la cicatriz y los lunares. Luego tomó una especie de hisopo con el que, de otro pequeño recipiente circular, cargó otra crema de un tono aún mas oscuro. De a poco aparecieron límites y aristas que acentuaron pómulos, barbilla y afinaron la mandíbula. Siguió un pequeño frasco con un líquido que, hábilmente aplicado debajo de los ojos, fue disimulando las pequeñas ojeras que hasta ese momento yo no había registrado. Luego fue el turno de los párpados que, con sombras de colores vivos, fueron ocultando esos maravillosos ojos de mirada expresiva detrás de una catarata cromática. Finalmente, para terminar con la sesión cosmética, con lápices precisos se encargó de la boca: sus labios fueron tomando volumen y cambiando de forma. Con un pincel diminuto concluyó aplicando una especie de barniz que le confirió un brillo deslumbrante a su boca. Finalmente, quitada la hebilla, el cabello fue retocado con sus manos y rápidos movimientos de cabeza.
Cuando me quise acordar el viaje había concluido y estábamos bajando en Retiro. De pronto frente a mi se encontraba una mujer de rostro perfecto, brillante, majestuoso, impenetrable.
La belleza singular que subió al tren como una bocanada de aire fresco se arrojaba al hueco del subte amalgamada con el resto.
Volvimos a cruzar circunstancialmente nuestras miradas al traspasar el molinete del subte. Traté de reconocer, en vano, el verde profundo de su mirada, que en ese instante se manifestó gélida y totalmente inexpresiva.
Fui subyugado por la magnitud de la transformación de la que había sido testigo, mientras observaba la metamorfosis exterior de mi efímera compañera de viaje.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, quería comentarte que el dispatcher esta listo y... ah, no, para... me confundí, eso es de nueve a dieciocho :p, ahora ya son las ocho y media, jeje... Pero bueno, todos somos esa "metamorfosis constante", ese mutante que presenta sus múltiples caras en el espejo, somos el hisopo, la crema de color, el rimel y el lapiz labial.

Pero también, muy de vez en cuando, muy pero muy de vez en cuando, sucede que entre tanto maquillaje, entre tanta gente apretada en el subte, se llega a atisbar un pequeño reflejo, unos ojos verdes que esquivan, una mirada que todavía esta ahí.

Debajo,
pero ahí.


mefxa (Es el código que me pide el blogger para postear)

saludos!

Anónimo dijo...

nasrewd...

Y sí... por lo general a las mujeres les cuesta mostrar su rostro tal cual es. Sobre todo si es un rostro expresivo. El peligro de que se las descubra in fraganti (esto es, manifestando una verdad indecible a través de su piel o su mirada desnuda) debe ser para ellas demasiado grave.

Andrea Felsenthal dijo...

No todos aguantan en unos ojos, una verdad indecible, inexplicablemente expresada de manera tan sencilla