21 de mayo de 2007

Influencia y recuerdos

Las lecturas de ciertos libros funcionan como los sueños. Cuando uno sueña, las cosas que pasan en el ambiente son incorporados a la historia onírica. Muchos de nosotros podremos recordar –si es uno de esos sueños que uno recuerda– que en medio del viaje en avión por ejemplo, alguien juega con una de esas bocinas de aerosol y cuando despierta, descubre que al auto de algún vecino se le activó la alarma.
Ciertos libros se “ubican” dentro del entorno en los que los he leído, y reciben cosas de ese entorno. Caí en la cuenta de esto el otro día, comentando con una amiga sobre Franny y Zooey de J. D. Salinger, ya que cuando recordé a los hermanos Glass me vino a la mente en forma inmediata, la sala de espera del aeropuerto de Montevideo, y recordé a la cara de la moza que me sirvió el café, mientras esperaba –como tantas otras veces- que se acortara el retraso de mi vuelo de regreso.
A modo de ejercicio entonces, traté de recordar otros libros y sus ambientes. Fue así que los “maltesers” se me antojaron como provenientes de una panadería tandilense (Graham Greene, El Factor Humano) y la bicicleta corría por praderas con el fondo del cerro Centinela (la foto de mi perfil en el blog precisamente corresponde a ese viaje). O en las grandes fábricas de seres humanos, Loado sea Ford!, (Aldous Huxley, Un Mundo Feliz) se escuchaba un “dos carilinas por un pesooo” ya que lo fui leyendo en sucesivos viajes tren+subte.
Me pregunto cuantas cosas que recuerdo de libros que he leído son realmente de la historia, o se las aportó el entorno. Lo bueno es que estoy releyendo bastante.

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