13 de noviembre de 2006

Enigma inmobiliario

Desde hace unas semanas, estamos recorriendo el barrio buscando casas. El mecanismo tradicional es más o menos el mismo en todas las inmobiliarias. Se concierta una cita y ésta se concreta en la puerta de la casa en cuestión, esté ésta habitada o no. Es muy poco probable que sin esa cita previa, se pueda acceder a una morada.
Cuando terminamos con las citas uno de esos días de búsqueda, seguimos recorriendo la zona tomando nota de los carteles. Una de estas casas, cerca de las vías, tenía las persianas bajas y parecía desocupada. Nos detuvimos enfrente para tratar de ver en detalle y anotar los teléfonos. En eso se abrió la puerta de la casa y se asomó un hombre de unos 45 años, de aspecto anticuado, con unos papeles en la mano. Nos vio y cómo podía llegar a ser un agente inmobiliario de guardia, le preguntamos por la casa. Nos comentó que estaba esperando a unos clientes que no habían venido a la cita. Ya estaba por irse pero se ofreció a mostrarnos la casa.
La casa antigua, típica construcción italiana de los años 50, tenía cuartos espaciosos. La cocina como eje central, un baño grande y los dormitorios. Se notaba que se habían hecho refacciones y ampliaciones sin demasiado diseño. Un cuarto de servicio al fondo, detrás del lavadero, una imponente puerta vidriada de doble hoja comunicaba el garaje con el living, un dormitorio con piso de parquet y otro con cerámicos como los de la cocina. Una de las cosas más sorprendentes fue uno de los placares del dormitorio principal. Tenía tres puertas, una de las cuales daba a un escritorio privado, siendo éste el único acceso al mismo. En una de sus paredes había empotrado un artilugio de vidrio ahumado, de unos 10cm de ancho y 30 de alto. Podría haber sido algún dispositivo de iluminación indirecta, pero no lo pudimos averiguar. El hombre que nos acompañaba no supo respondernos. Es más, nunca dijo nada a lo largo de la visita por la casa. Simplemente nos iba abriendo las puertas y las ventanas.
En una pared del comedor, había un espejo gigante que daba al lugar un aspecto más amplio. Cada vez que pasamos por la zona del espejo, el hombre nos hizo avanzar delante de él. De esto caí en la cuenta mucho después. Cuando terminamos la visita, habiendo tomado cuenta de los datos de la inmobiliaria, emprendimos la vuelta a casa.
Más tranquilos, durante la semana siguiente, llamamos a la inmobiliaria para averiguar más datos de la casa y organizar una nueva visita. Esta vez lo haríamos con un arquitecto amigo que evaluaría posibilidades de reformas. Nos sorprendió el modo en que nos respondieron. Pero accedieron a concedernos la nueva cita, que se agendó para el sábado siguiente. Camino a la casa, la mujer que nos acompañaría esta vez, nos contó que había pertenecido a un abogado, soltero, que agobiado por deudas se había arrojado a las vías que pasan frente a la casa. Sus sobrinos la habían puesto en venta luego de tantos años.
Grande fue nuestra sorpresa cuando al atravesar la puerta de entrada, que nos pareció más arruinada que cuándo la habíamos visto por primera vez, encontramos ruinas de la casa. Las paredes estaban destruidas y la maleza había invadido casi todos los espacios. Por lo tupido de la vegetación se hacía evidente que hacía muchos años que estaba en ese estado. Atónito, mientras el resto hablaba con la mujer de la inmobiliaria, volví a recorrer la casa, o mejor dicho, esa pequeña selva que se había desarrollado entre los escombros. Sólo quedaba en pie una pared del comedor, en la que aún había pedazo de aquel gran espejo. Cuando lo miré, vi en él, el reflejo del hombre con los papeles en la mano que nos había mostrado la casa la semana anterior.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

mmmm... un cuento "meandroso"... lo que queda por resolver es cual es en realidad la casa...

nat dijo...

Lo que me queda claro es que hasta que la reformen, la habiten ustedes y saquen ese espejo, yo no voy a la fiesta de inauguración!

Anónimo dijo...

¿Y qué dijo el arquitecto a todo esto...?

Andrea Felsenthal dijo...

yo no sacaría ese trozo de espejo, le iría imprimiendo recuerdos nuevos... quizás al hombre de los papeles le apetezca de vez en cuando un café con leche...

Anónimo dijo...

nooooo... en victoria no pasa eso... no te la creo... jajajaj

Anónimo dijo...

Menos mal que no sos abogado entonces...

Muy buen cuento, ese giro a lo "cuento fantástico" del final se te está haciendo firma propia ;), jejeje... y eso que solo lei un par de entradas