1 de noviembre de 2006

Bochornosa derrota

Tiempo atrás, en las primeras épocas de estudiante en Buenos Aires, volvía en micro hacia Arrecifes, mi ciudad natal, para pasar el fin de semana con mi familia. Casi siempre llevaba, y esta vez no era una excepción, un viejo “walkman” (ahora seria un MP3, ipod, o algo por el estilo) en parte para escuchar algo de música, en parte para intimidar a compañeros de asiento, posibles charlatanes de todo el viaje. Como siempre que podía elegir, opté por un asiento del lado de la ventanilla. Esta vez junto a mí se sentó una señora mayor, que de entrada trató de comenzar una conversación.
- ¿Hace frío, no?
- Estamos en época.
- ¿Lloverá el fin de semana?
- No se.
Frases por el estilo se escucharon al iniciar el viaje. Para evitar la charla, hice evidente los auriculares. Pero la compañera era implacable:
- ¡Cuánto tráfico!
- Ahá…
Mis defensas seguían funcionando. Así durante gran parte del viaje. Cierta especie de orgullo crecía en mí. Estaba logrando mi objetivo frente a un contrincante de temer.
Hasta que en un momento, la señora me pregunta:
- ¿Por dónde vamos? Porque está todo tan cambiado, que no reconozco nada…
Ahí me enterneció. Con esa frase, inutilizó todas mis defensas. En un instante pasaron por mi cabeza cientos de pensamientos: “pobre, ¿cuánto hará que no va a ver a su familia? Tal vez no podía viajar… todo tan cambiado… capaz que va a algún velorio, está vestida con colores muy serios… pobre mujer… que desalmado que fui, cortándole cada intento de entablar una charla…” me sentía la peor persona del planeta. Con semejante sentimiento de culpa, las defensas totalmente bajas, sucumbiendo, le contesté casi como aceptando incluso, la invitación a la charla:
- Vamos por Sarmiento. ¿Hacia dónde viaja? –pregunté
- Voy a Pergamino –me respondió, y ante mi estupor, la remató diciendo:
- Siempre viajo del otro lado del micro, pero hoy no conseguí asiento. Así que esta banquina no la conozco.
Cerca estuve de largar la carcajada, pero me contuve. La derrota había sido pavorosa. Estoicamente tuve que sucumbir a la charla, nada me salvaría de la situación.
Igualmente, debo reconocer que más allá de la cuestión de las banquinas, la charla en lo que restaba del viaje fue bastante amena, hasta terminamos con algún primo lejano en común.
Desde entonces cuando viajo trato de elegir el asiento del pasillo.

2 comentarios:

nat dijo...

¡Qué peligro, Fabi! Un charleta todo el viaje... ahora, si sabía que te molestaba me sentaba con la señora esa, que parece tan amable...

Anónimo dijo...

mirá como venimos a enterarnos de que eras un antipático reprimido!!!
:P ... pobre señora!! ... :P