Lo que sucedió cuando tenía 18 años, en uno de mis primeros viajes como estudiante a Buenos Aires, me atormentó durante mucho tiempo. En esa oportunidad viajé desde mi pueblo en el camión del tío de un amigo. Habíamos salido de madrugada, a eso de las 3, de un lunes frío de abril, en un camión Bedford bastante arruinado, muy cargado y lento. Me dejó en una zona del puerto de Buenos Aires donde tenía que descargar. En esa zona, a esa hora de la madrugada, con la fresca, me encontré de pronto solo, casi perdido con mi bolso a cuestas. Comencé a caminar para donde creía que estaba Retiro. Luego de un rato, con la primera claridad matutina, llegué a la estación del tren Mitre, en la que me sentí a resguardo por las veces que había llegado a la ciudad en ese tren. Una vez adentro me senté en un banco junto al andén y allí me quedé un buen rato, acurrucado en mi campera de jean con corderito. Incluso creo que algo dormité. Cuando amaneció empezaron a llegar los trenes cargados de gente que iba a trabajar. Ya más tranquilo, tomé el bolso y comencé a caminar hacia el subte. En la ventanilla compré fichas y le pregunté a un señor que acababa de comprar la suya cómo tenía que hacer para llegar a la estación Bulnes. Cuando cruzamos la mirada y unas pocas palabras algo me estremeció hasta los huesos. Había algo extremadamente familiar en su mirada. Noté que el también se alteró. Apartó la mirada y se fue corriendo. Nunca miró hacia atrás.
Esto que ocurrió hace más de quince años, me quitó el sueño durante mucho tiempo. Me despertaba en la noche sintiendo que esa mirada me vigilaba constantemente.
Creí que el suceso había quedado en el olvido pero la semana pasada algo extraño hizo que volviera a recordarlo.
En la ventanilla del subte, un pibe con un bolso al hombro, me preguntó como hacer para ir a la estación Bulnes. Se lo estaba explicando cuando, al mirarlo a los ojos, noté que su cara se transformaba como si hubiese visto un fantasma. Su mirada me hizo revivir aquel terrible recuerdo. Ya se había hecho tarde, así que corrí hacia el tren que se estaba yendo.
Desde entonces regresaron las pesadillas. Ha vuelto a perseguirme la mirada de aquel señor al que le pregunté, hace más de quince años, cómo llegar a mi casa, un frío lunes del mes de abril.
2 comentarios:
uy! este cuento me recordó que el jueves pasado, cuando mi gato me miró, me puse a temblar. Por eso supongo que en alguna vida anterior fui una laucha... Gato no creo porque me gusta mucho nadar, por eso también puedo haber sido un pez...
Buenísimo, Fabi.
Podrías haber dicho:
-¿Vos por acá otra vez, pibe?
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