10 de agosto de 2006

Café recién hecho


En la cocinita que hay en la oficina, pasa algo raro.
Uno entra, acciona la llave de la luz y nada sucede inmediatamente. Un poco tanteando y otro poco adivinando o recordando, uno se sirve café, agua caliente o simplemente un vaso de agua fresca. Al rato, probablemente cuando uno ya se retiró, se enciende la lamparita.
Yo creo que por alguna razón el tiempo pasa más lento ahí. El otro día cuando fui por un vaso de agua, la luz ya estaba encendida y estuve charlando un rato con una compañera que estaba allí. Más tarde fui a su escritorio para preguntarle algo y no la encontré. Es más, averigüé y resulta que estaba de vacaciones desde hacía una semana.
Uno de estos dias, cuando nadie me vea, me voy a dormir una siesta ahí dentro. Capaz que cuando salga, solo habrán pasado un par de minutos.
Disculpen que corte acá, pero huelo a café recién hecho. Debe ser el que pusieron esta mañana. Y no me puedo resistir al café recién hecho...

5 comentarios:

Andrea Felsenthal dijo...

Hace muchos años, durante una tarde de verano, iba andando en bicicleta por una cuadra de mi barrio que tenía cierta forma particular. Era una cuadra triangular, no una manzanita cuadrada. Me quedé pensando que aquello era un misterio y ahí mismo inventé la historia de la casa del acertijo en la cuadra misteriosa. "Si entrás por esa puerta" les dije a mis amigas y señalé una puerta de madera corroída "no salís nunca más" Mis amigas me miraron y yo puse el gesto más serio del que fui capaz. Seguimos andando en bicicleta en silencio, y aunque sé que ellas no me creyeron yo me fui imaginando la casa con acertijo y representándome su interior con mucha nitidez. Pasaron los años, me fui a vivir a Europa y mientras estaba allí, recibí un correo electrónico de una de aquellas amigas de mi infancia.
"Loreley murió" escribía con palabras vacilantes, "se puso de novia con el chico que vivía en tu famosa casa del acertijo ¿te acordás?" Asentí en silencio delante del ordenador, "hace tres días la encontraron muerta en uno de sus cuartos. A él todavía lo están buscando"
Ahora que regresé a la Argentina he tenido oportunidad de pasar delante de aquella casa con acertijo de la cuadra misteriosa. Pero ya no me ha parecido igual. Todo el misterio que había en ella se fue con mi amiga Loreley, que entró en la casa y no salió nunca más.

No sé por qué te cuento esto, pero leyendo tu historia del cafecito, más amable y más dulzona, se me vino a la cabeza el recuerdo de Loreley y mis inventos fantásticos en una tarde de verano, andando en bicicleta por mi barrio.

Anónimo dijo...

Muy cierto todo lo que contás. En ese office pasan cosas raras, como si se tratara de una realidad paralela. Las cucharitas, sin ir más lejos: ayer había miles, hoy poquitas. No lo atribuyo al choreo, sino al extraño fenómeno que contás. Volviendo a la luz que tarda en prender, he optado por no prenderla y me las arreglo en las sombras, cual Borges...

Andrea Felsenthal dijo...

Muy colgado mi comentario???

Coloribus dijo...

Buenos días, (descubrí tu blog pasando por el de Mariam); me gusta también el perfume del café; y como ti no puedo resistir al café recientemente hecho... aunque para eso es necesario entrar en una cocina al poder extraño.... ;o)
(perdón para mi español aproximado, soy francés)

Fabián dijo...

Andrea:
La historia que contas es impresionante. Para nada colgada! Me disparó un recuerdo (cómo es ésta cosa de la memoria!) de mi barrio de la infancia. Estaba el grupito de amigos de la cuadra, y un par de cuadras más allá, había otro grupo de chicos. Uno de ellos era particularmente malo. Pero malo y cruel, como bien pueden serlo los chicos. Todos le teniamos miedo, incluso los de su propia cuadra. Muy prepotente, te quitaba los juguetes, te podia robar la bici y capaz te la encontrabas tirada un par de dias después en un baldío que disputábamos. Más grandecitos, nos preguntábamos "cómo terminará este pibe..."
Muchos años más tarde, por unos trámites relacionados con el domicilio, tuve que ir a la comisaría de mi pueblo. La oficina a la que tuve que ir, estaba en el fondo, después de los calabozos. Cuando llegué a la oficina, grande fue mi sorpresa, y por cierto mi temor, cuando del otro lado del escritorio, con uniforme y arma, estaba sentado este pibe. El ni supo quien era yo. Yo volví a temblar, como cuando tenía 7 años y me lo cruzaba en la vereda...

Mariana:
Creo sospechar quien se roba las cucharitas.

Coloribus:
Gracias por tu comentario, se entiende perfecto tu español. Bienvenido.